domingo, 28 de octubre de 2007

la música salva

Ayer. Concierto de la octava sinfonía de Mahler (de los mil) en la sala Silvestre Revueltas del Ollin Yoliztli.

Yo canté esa obra tiempo ha... hace como 11 años más o menos, en un coro infantil. Ahora, reconocerme entre el público.

La música empieza y los niños están alineados a ambos lados de la sala. Reconozco sus trajes: togas rojas, vino, azules con cuellos verdes y también -cómo no- azules con cuellos amarillos. Me motiva venir a ver a mi diva personal: la soprano Conchita Julián quien con una sola nota se hizo eterna en mi memoria: el dulcissima de Carmina Burana. Canté con ella también (eso en la sala Nezahualcoyotl) hace más de 11 años (¿12, 13?). Bueno, el caso es que veo a los niños y por arte de Dios sabe qué prodigio los reconozco: ahí están Gabi Natasha, Alberto, Kuri, Oriana, Marcela, Diana... ahí estoy yo también en un momento -digamos bueno- de la vida. Ahí estoy sin culpas, prejuicios, "asuntos....". Me veo y me avergüenzo, me doy lástima en lo que me he convertido; pero de momento estoy ahí entre ellos, cantando y sintiéndome feliz porque cantar en este momento es más importante que otra cosa y llevo años haciéndolo también.
La música tan poderosa transforma a quien la oye pero trasfigura a quien la canta (toca, dirige, supongo...). Estoy contento aquí y ahora y de momento quiero ser parte de ello nuevamente. Me digo que no hay más importante que estar sobre el escenario, cantar... En fin, pensamientos cursis, poco destructivos (ajenos, creo...). De todas maneras no estudio mi lectura, solfeo, vocalización.

Termina el concierto y me doy cuenta que trato de entrar por una puerta que no está abierta. Choco contra el cristal. Porque he crecido y tengo 22 años, y el momento -ahora sí- es ahora.

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